Cuando me iniciaba trabajando como cajera en un banco, un día vino un cliente a hacer un depósito de 10 mil dólares, y cuando los hube contado verifique que efectivamente había 100 billetes de 100 dólares cada uno; con una sonrisa le entregue su comprobante y lo despedí deseándole un buen día. Al finalizar la jornada, mientras contaba nuevamente los billetes para realizar el cierre de mi caja, descubrí que uno de los billetes de 100 dólares que este hombre me había dado era falso…No podía creer lo que me pasaba.
¿Por qué este hombre me había engañado con un billete falso? ¿Cuántas personas sabían al respecto y no habían hecho nada hasta que el billete llego a mis manos?
El billete falso yacía inservible en mi caja. Decir la verdad significaba sacrificar una parte de mi salario, y tener menos dinero para mis gastos. No tenía alternativa ¿Podría sacrificar decir la verdad sin causarle daño a nadie? ¿Podría alguien que no fuera yo hacerse responsable? ¿Por qué nadie había destruido el billete falso antes de llegar a mis manos? La respuesta es muy sencilla, porque nadie estaba dispuesto a sacrificar 100 dólares de su salario por decir la verdad.
Algunos criterios humanos podrían hacernos creer que callar no es sinónimo de encubrir, que fingir no es sinónimo de mentir, que ocultar no es sinónimo de traicionar. Algunos podrían incluso pensar que, si callamos la verdad, no le estamos haciendo daño a nadie ¿Puede eso ser cierto? ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar en favor de nuestra propia conveniencia?
Distinguir entre la verdad y el error
Nos encontramos con diferentes situaciones críticas a lo largo de nuestra vida, pero ¿podemos diferenciar entre lo que está bien y lo que esta mal? ¿conocemos lo que es recto y justo? ¿Cuánto de lo que creemos que es justicia puede realmente estar destruyendo la vida de alguien? . “A cada uno le parece justo su proceder, pero Dios juzga los corazones” (Proverbios 21:2)
El hombre en su corazon puede creer que es justo e incluso bueno, pero debemos comprender cual es nuestro deber a la luz de la verdad.
Ciertamente la verdad es inmortal, y varios de los principios y valores que los hombres han adoptado para la fundación de sus gobiernos y leyes, han sido tomados de los principios divinos entregados a Moisés en el Sinaí, y que claramente reflejan el carácter de su creador, de Dios.
Peligros y confusión
Aunque muchas veces podemos distinguir entre el bien y el mál, a veces nos equivocamos. ¿Como puede ser eso? Pues, todos hemos pecado y estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Y es por causa de esto que nuestra mente y conciencia estan corrompidas.
El mundo nos dice:
“Escucha a tu corazón”, “Esto puede ser verdad para ti, pero para otra persona la verdad es otra cosa.”
La Biblia dice que “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”(Jeremias 17:9) Como pueden ver, no podemos confiar en nuestra conciencia ni en el corazón!
La verdad no es relativo! La Biblia nos explica qué realmente es la verdad:
“Tu palabra es verdad” (Juán 17:17) Más, Jesús es la verdad (Juán 14:6).
Entonces, para entender la verdad necesitamos ir a la fuente de la verdad, esto es, a Dios mismo y a Su palabra que “permanece para siempre” (1 Pedro 1:25).
La verdad se hizo carne
Pero fue el mismo Dios, quien tuvo que hacerse uno de nosotros para que con su ejemplo nos demostrara que, aunque los cielos se desplomen, si es posible permanecer fieles a esos principios. Con su vida, Jesús probó que si es posible resistir y vencer al mal “Jesús nunca peco, ni engañó a nadie” (1 Pedro 2: 22-23). Porque el que nunca se ensucio las manos, no fue Pilato, fue Jesús que nunca permitió que la verdad fuese sacrificada. Jesús demostró que el hombre puede vencer la tentación si rinde su voluntad a Dios y se deja guiar por su Santo Espíritu, prueba de su vida es que Él no se dejó someter a la tentación de satanás, ni cedió a las provocaciones de los hombres para que ni una tilde de la verdad fuese sacrificada por causa del mal.
¿Qué hubiese pasado si Jesús hubiese fallado como hombre? Si Jesús, durante su vida en la tierra, hubiese comprometido tan solo un pequeño punto de la verdad, si una sola tilde hubiese sido cambiada en los principios divinos, si aun se hubiese aceptado un silencio en favor de la mentira, para así congraciarse y ser aceptado entre los que no querían que la verdad fuese proclamada, entonces la vida y misión de Jesús, habría fallado. Satanás habría salido vencedor diciendo que es imposible que exista paz sin un ápice de injusticia, que haya integridad sin un poco de corrupción, que el amor no puede existir sin hipocresía, que no puede haber orden sin confusión, fidelidad sin traición, pureza sin inmoralidad. Los principios divinos se verían traicionados a sí mismos para dar cabida a la maldad y el error. Si Jesús hubiese fallado en su misión, Dios mismo hubiese tenido que renunciar a sus propios principios porque ni el mismo hijo de Dios habría podido cumplirlos. El mal se habría apoderado de la vida, y la vida ya no hubiese podido existir más.
Obedecer a quien?
Es tiempo de que nos preguntemos ¿A quién debemos obedecer? ¿Es a Dios, a los hombres, o a nuestro engañoso corazón? ¿A quien se debe nuestra conciencia?
El mismo Dios es quien nos enseña que podemos vivir en armonía con los principios divinos, si dejamos que El Espíritu Santo pueda reinar en nuestro corazón. Sólo el poder transformador del Espíritu Santo, que obra por medio de una fe poderosa, puede capacitar al hombre para mantenernos firmes en la verdad y la justicia, solo el poder del Espíritu Santo nos faculta para poder resistir al mal “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros.” (Santiago 4:7). Cada uno de nosotros debemos entregar nuestra vida a Dios, porque nadie puede hacerlo en nuestro lugar. Si aceptamos la luz que viene de Dios, la palabra y el ejemplo de Jesús, serán luz y fortaleza para el corazón del hombre. Si lo seguimos y confiamos en El, no estaremos solos ni permitirá que perezcamos.
Con la ayuda de Dios, los hombres podemos distinguir entre lo verdadero y justo, así también los que aceptan a Jesús y escuchan la voz del Espíritu Santo que clama en sus corazones, podrán estar firmes en la verdad y no permitirán que los principios divinos sean sacrificados. Esta es la evidencia de nuestro carácter como discípulos de Jesús. “Pero resistidle firmes en la fe, sabiendo que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pedro 5:9).
Compra la verdad!
Hace 10 años, 100 dólares fue el precio que tuve que pagar por decir la verdad. Comunique lo sucedido a mi jefe inmediato, el billete fue registrado y enviado al banco de reserva nacional para su destrucción.
Dia a día hombres y mujeres estamos siendo probados, en pequeñas y grandes pruebas, en difíciles y altos sacrificios. Pero el sacrificio que no debemos permitirnos es el de vender la verdad, someternos al mal y tirar por los suelos los principios divinos que Jesús con su vida y muerte vino a restaurar.
“Compra la verdad y no la vendas; la sabiduría, la instrucción y la inteligencia”. (Proverbios 23:23)
“Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21)
¿Cuánto de lo que NO sacrifico Jesús, estas tu dispuesto a sacrificar?
Por Susan Aicart
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